De vez en cuando, directores de música amigos míos expresan frustración cuando los fieles se enojan abiertamente si los cantos de la Misa se entonan en otro idioma que no sea el inglés. Con frecuencia, el culpable de esta reacción de enojo es un canto nuevo bilingüe (inglés-español), por ejemplo, un salmo responsorial o un himno para la comunión. Téngase en cuenta que, aunque la parte en otro idioma sea solamente un par de palabras o una frase corta, puede ser suficiente para desatar una tormenta de reacciones violentas entre algunos feligreses.
Es fácil para los que planeamos liturgias o dirigimos la música tomarnos esos comentarios como algo personal, o una afrenta a nuestros esfuerzos ministeriales. Después de todo, ¿cómo podría un hermano cristiano expresar tal desprecio por otro? Para los que están en la banco del órgano o en el podio de director, puede resultar agotador tratar de esquivar las críticas de lo que simplemente vemos como un gesto de buena voluntad. Pero si verdaderamente pretendemos servir con sensibilidad pastoral, no debemos precipitarnos a desestimar su indignación. Permítame explicarlo.
Temor y frustración
Una vez estaba presentando un taller sobre música bilingüe, y una observadora exclamó desde el fondo de la sala: “Dígales que deben cantar en inglés. ¡Esto es Estados Unidos!”
Podía ver señales de una evidente incredulidad por parte de otras personas en la sala frente a este arrebato. En lugar de meterme en un debate público acalorado, simplemente le dije a la persona, una señora mayor, directamente: “Gracias por expresar lo que siente. Me gustaría escuchar lo que tiene para decir después”. Mientras buscaba un lugar para hablar solo con ella, la invité a compartir más. Dijo que sus padres habían venido a este país y habían aprendido inglés, por lo cual eso era lo que ella honestamente sentía que todos tenían que hacer.
“Toda esta gente viene aquí y espera que yo cante en su idioma. ¿Por qué debería yo cambiar por ellos cuando yo ya estaba aquí?”, se inquietó.
Tratando de explicarlo en una manera menos generalizada, amablemente respondí: “No está cambiando para nadie, simplemente está permitiendo que un familiar, es decir las otras personas de su familia cristiana, conozca y ame a Dios a su manera, igual que usted ama a Dios a su manera. Si su madre no hubiera podido aprender inglés por el motivo que fuera, ¿no habría querido usted que ella pudiera rendir culto a Dios de la manera que supiera, incluso en su lengua natal?”
Cuando se lo pensó abstractamente como una invasión de su ideología, la noción fue causa de temor. Apenas se hizo personalizado, el problema recibió una luz algo diferente, lo suficiente para ver la perspectiva del otro.
Enojo, celos… duelo
Es importante recordar que estas reacciones provienen de un lugar de enojo: más precisamente, enojo como una etapa del duelo, enojo que es esperado y natural. Para muchos feligreses que solo hablan inglés, especialmente las generaciones de adultos mayores, la mera presencia de palabras que no son en inglés en la Misa significa pérdida de algo que habían dado por sentado, lo cual los priva de algo conocido y esperado. (Por supuesto, la ironía es que lo que pierden es el idioma no vernáculo de la Misa anterior al Concilio Vaticano II que muchos de ellos conocían). El Padre Ken Davis, OFM Conv., en un artículo titulado “De Gomer a Gomez: gozo y dolor en el ministerio hispano” minuciosamente traza un paralelo entre las etapas del duelo y la pérdida que algunos pueden sentir a medida que la Iglesia que conocían cambia ante sus ojos. Se refiere a este pasado romantizado como un “Mayberry católico” (si tienes la edad suficiente para reconocer la referencia a Gomer Pyle del programa de TV en la década de 1960). Afrontar la pérdida en primer lugar manifiesta enojo. Nosotros en el ministerio debemos darnos cuenta del posible duelo en curso. Tratar el enojo con más enojo solamente ignora el dolor real que está en juego.
No nos olvidemos que servir a las personas de nuestro rebaño con una verdadera sensibilidad pastoral exige estar atentos a cómo los diferentes miembros se ven afectados por el cambio. En especial si una comunidad ha estado acostumbrada a ciertas formas durante un largo tiempo, cualquier sacudón a esta norma puede resultar un shock para los que podrían estar satisfechos con las cosas como son. Por consiguiente, mientras una parroquia con ilusión acoge a nuevos miembros al rebaño, tal vez sea necesario algún “cuidado pastoral para los dolientes” para que los miembros establecidos acepten a los nuevos. El hermano mayor en la parábola del Evangelio del hijo pródigo puede ser un recordatorio útil de la tendencia natural de los seres humanos a malinterpretar la atención a los demás como menos amor y valor a uno mismo: celos. Como el padre misericordioso recordó al joven: “Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero había que hacer fiesta y alegrarse, puesto que tu hermano… ha sido encontrado” (Lucas 15, 31–32). Para el padre, el amor por el recién llegado no equivalía a un amor menor por el que ya estaba allí.
Diversidad y hospitalidad
Permítame explicar el valor de los planificadores de liturgia que dan el valiente paso de desafiar a sus congregaciones con selecciones musicales desconocidas, desde celebraciones de la diócesis a liturgias parroquiales del fin de semana. Hace veinte, treinta años o más, habría sido inaudito pensar que en una Misa en inglés se cantara un himno en otro idioma que no fuera el inglés. Pero el tapiz congregacional de esta nación se ha diversificado muchísimo con el transcurso de los años, y mientras que el inglés todavía predomina en muchas áreas, no se puede negar que entre los distintos rostros de nuestros feligreses hay personas cuya lengua nativa no es el inglés. Cantar en el idioma de otro extiende una acogida al extranjero entre nosotros: a los que están en las sombras de las bancas más alejados que han llegado aquí desde lejos y tímidamente entran a nuestros santuarios en busca de inclusión y aceptación en el momento de la oración. Es un gesto lingüístico de hospitalidad.
Las culturas dominantes tienen una posición única para extender este gesto de hospitalidad. Los líderes pastorales reconocen con gusto los méritos del canto comunitario en el idioma del otro. Pero puede haber un indicio de desconfianza, reticencia, incluso resentimiento por parte de los que son parte de la cultura prevalente, que tal vez se sientan sin quererlo atados en algo con lo que no están de acuerdo, y otros que completamente se resisten a participar en ello. Compárelo con una madre que le dice a su hijo perturbado que vaya a compartir sus juguetes con su hermano menor, aunque en ese momento no soporta el hecho de tener un hermano menor y lo odia. El pedido de la madre difícilmente lo lleve a cabo con entusiasmo. Pero en algún punto, hasta los hermanos rivales crecen y aprenden a entender lo que es la familia. Por consiguiente, el planificador litúrgico con buenas intenciones persevera, sabiendo que es bueno alterar el equilibrio y sacudir las zonas de comodidad. Después de todo, estamos hablando sobre la verdadera comunión aquí. De hecho, podemos hacer una clase de analogía musical con el signo de la paz, que nos invita a buscar no a las personas con las que más compartimos, sino con las que tengamos las mayores diferencias.
Aceptación, abrazo, paz
Recuerde que el caminar humano por el dolor tiene el potencial de alcanzar la paz por medio de la aceptación. Por lo tanto, rezamos que para las personas que encuentran empujados hacia este camino de aflicción, un día los lleve a un lugar no solo de aceptación, sino de abrazar lo nuevo y de ver a Cristo en lo desconocido. En el artículo anterior de esta serie, la Dra. Patricia Hughes escribió sobre abrir las puertas, específicamente “abrir las puertas a Cristo”. Para hacerlo, la puerta de aceptación de los demás tiene que estar abierta, también. Es una puerta pesada, y las puertas pesadas necesitan fuerza para girar sobre sus bisagras contra su propio peso y resistencia natural, pero debemos abrir esta puerta más y más, hasta que con cada empuje quedefinalmente abierta para el futuro. Y en ese momento podemos enfrentar con fervor el despliegue del plan de Cristo para nosotros, su Iglesia.
Peter Kolar
GIA Publications
Peter Kolar es editor para recursos hispanos de música en GIA. Ofrece talleres, es compositor bilingüe, y se desempeña como director del coro diocesano en El Paso, Texas.
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